estén
perdiendo el suyo, y te culpen de ello.
Si
crees en ti mismo, aunque otros duden,
pero
eres indulgente ante sus dudas.
Si
sabes esperar pacientemente
y,
aun viviendo rodeado de mentira,
la
mentira nunca está en tu boca.
Si
eres a un tiempo odiado y no respondes con iguales armas
y
no te muestras falsamente santo
ni
finges al hablar mucho talento.
Si
puedes soñar, sin que te domine el sueño,
y
pensar, sin ser esclavo de la mente.
Si
eres inmune al triunfo y al fracaso
y
tratas a esos dos impostores del mismo modo.
Si
escuchas tu verdad en otras bocas
que
de ella se sirven para fines propios.
Si
ves desmoronarse aquello por lo que has dado tu vida
y
te inclinas para volver a construirlo de nuevo
con
útiles gastados.
Si
puedes arriesgar cuanto ganaste
a
una carta, y perder, y retirarte
y
volver a empezar como si nada
y
no pronunciar palabra sobre tu pérdida:
Si
puedes forzar todo tu cuerpo
corazón,
nervios y músculos
para
que te sirvan aunque ya no tengan fuerzas
y
mantenerte firme cuando nada queda salvo
la
voluntad que dice: << ¡Aguanta!>>.
Si
hablas con la gente y conservas tu virtud,
si
estás entre reyes y no pierdes tu integridad.
Si
no pueden herirte tus enemigos
ni
tampoco tus amigos.
Si
todos ponen en ti su confianza
y
ésta no queda nunca defraudada:
Si
puedes llenar cada minuto implacable
con
sesenta segundos que merezcan haber sido vividos,
El
mundo es tuyo, con todos sus tesoros,
y
aún más, hijo mío: ¡serás HOMBRE!”
Rudyard Kipling
(1865-1936).